29 de abril 2020 | Miami, Florida, Estados Unidos | Por: Roberto Herrera, División Interamericana.
Escondido en la cueva de Querit por orden de Dios, para huir de la ira del rey Acab, el profeta Elías recibió instrucciones de parte del Señor para dirigirse a Sarepta, un pueblo que pertenecía a los sidonios, donde encontraría a una mujer viuda a quien el Señor le había dado instrucciones de recibirle.
Cuando Elías llegó a Sarepta, encontró a la mujer y le rogó que le diera agua para beber y luego añadió: “Te ruego que me traigas también un bocado de pan”.
En la casa de la mujer las cosas no andaban bien; apremiaban el hambre y la escasez. Ella contestó: “Vive Jehová tu Dios que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija; y ahora recogía dos leños, para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos, y nos dejemos morir” (1 Reyes 17:12)
Lo menos que necesitaba esta mujer era alguien que aumentara sus problemas. Pudo haber negado su generosidad amparándose en su realidad económica y social. Pudo también pensar que el profeta se estaba aprovechando de ella cuando le pidió que primero preparara una “torta cocida” para él y después para ella y su hijo. (1 Reyes 17:13).
Ciertamente la mujer tenía miedo de morirse ella y su hijo. Temía que se acabara la harina y el aceite. Así que las palabras “¡No tengas temor!”, fueron palabras que le llegaron al corazón, porque era exactamente contra el temor con lo que lidiaba en ese momento de prueba para su fe. Pero Dios quien le estaba hablando a su hija fiel a través del profeta. Era el Dios que conoce el corazón humano, que comprende el temor que nos paraliza y que no nos deja apoyarnos en las promesas de Dios. Ese miedo que nos hace que veamos cerrados todos los caminos, que ya solo comeremos una vez más para luego echarnos a morir.
El temor es una de las armas más fuertes del enemigo. Por eso la palabra de Dios nos dice: “No temas” “No desmayes”. El mandamiento que Jesús más repitió fue: “No Temáis” y, dondequiera que aparece, va acompañado de la seguridad de la presencia de Dios con nosotros. No es que todo saldrá siempre bien, que nuestras finanzas se arreglarán o que siempre tendremos salud. La razón que se nos da está implícita en cada uno de los siguientes versículos “Yo soy tu Dios que siempre estaré contigo”; “Siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”; “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”; “Si Jehová es con nosotros, ¿quién contra nosotros?”; “Yo soy tu amparo y fortaleza, tu pronto auxilio en las tribulaciones”; “Yo soy tu Pastor y nada te faltará”; “Jehová peleará por nosotros”; “Jehová levantará bandera en favor de su pueblo”.
Los héroes y heroínas de la Biblia avanzaron a pesar de su temor:
Moisés tenía temor de ir a Egipto a cumplir su misión, pero confió en el gran Yo Soy y guio al pueblo hasta la tierra prometida.
Abrahán temía sacrificar a su hijo Isaac, pero confió en el Dios que provee y fue hecho padre de la fe.
Salomón temía no saber entrar ni salir, pero confió en Dios y recibió máxima sabiduría e inteligencia.
Isaías sintió temor de ver a Dios, debido a su maldad, pero confió en el perdón divino, y fue hecho profeta de Jehová.
Jesús tuvo miedo ante la realidad de la cruz, pero confió en la voluntad de su Padre y pagó el precio de nuestra salvación.
Hay personas que nunca dan nada porque el temor las tiene paralizadas: No dan sonrisas porque temen que a alguien no le parezca hermosa esa sonrisa; no dan amor porque temen ser engañados o defraudados; no dan de su tiempo porque temen que no valdría la pena; no dan sus talentos porque temen que nadie los va a valorar; no dan su dinero, porque temen que luego les falte; no devuelven los diezmos al Señor porque tienen temor de que no les alcance para todo lo que quieren o necesitan. No dan su corazón a Dios, porque temen que él no los acepte.
En el nombre de Jesús, te invito a no dejar que el temor te lleve a la incredulidad y que cierre para ti el acceso a las bendiciones sobreabundantes de Dios. No permitas que el temor te impida ser generoso con tu Dios y con tus prójimos, te haga creer que tu harina y tu aceite se acabarán, o te impida creer que Dios está contigo y que siempre te sostendrá.
¿Qué hizo la agobiada viuda con la promesa de que nunca escasearía su harina y su aceite? “Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días. (1 Reyes 17:15). ¿Y qué hizo Dios? Dios cumplió su promesa. “Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había dicho por Elías” (1 Reyes 17:16).
¡Qué lindo final! El triunfo de la fe es siempre alentador. La generosidad que se impone a la adversidad es doblemente digna de admiración.
La historia de la viuda de Sarepta y su generosidad con el siervo de Dios, en medio de necesidad extrema, ha sido preservada para que en tiempos de crisis como los que vive el mundo en estos momentos, no dudemos en ser fieles y generosos con la obra de Dios y con nuestros prójimos. La generosidad es la puerta que da acceso a las grandes recompensas divinas.
Tal vez lo siguiente nos ayude a verlo:
“La viuda de Sarepta compartió su poco alimento con Elías; y en pago, fue preservada su vida y la de su hijo. Y a todos lo que, en tiempo de prueba y escasez, dan simpatía y ayuda a otros más menesterosos, Dios les ha prometido una gran bendición. Él no ha cambiado, Su poder no es menor hoy que en los días de Elías” (CMC 180).
Roberto Herrera es el director de mayordomía en la División Interamericana de los Adventistas del Séptimo Día.
Fuente:
https://www.interamerica.org/es/2020/04/no-tengas-temor/.